martes, 18 de diciembre de 2012




    Debido a las restricciones indicadas por el gobierno de España y las Comunidades Autónomas, no se sacarán nuevas plazas para el Portal de Belén, ni se sustituirán cuando falten los personajes habituales, por lo cual estos no pueden estar mirando al niño.
   Los personajes fijos están por ahí currando el doble, y los que suelen añadirse al portal están buscando trabajo.
   El niño se ha quedado en casa de los abuelos.
   Por el recorte presupuestario del 5 % originado por la crisis, no se ha podido colorear la felicitación. 

P.D. Acabo de recibir esta felicitación de mi prima y me ha hecho... ¿gracia? Pues no mucha, pero, vamos, que está sembrá.



  Pero como no quiero que a nadie le quede este amargo saborcillo de boca con mi felicitación navideña, añadiré este vídeo que me encanta de la canción de Perales. Y esto me hace recordar que también el año pasado felicité las Navidades con otra canción de Perales, "Canción Para La Navidad", preciosa también, así que se ve que estas fechas me ponen "peraleña" (¡...!)



  Estoy segura de que os tiene que gustar. Muchos recordaréis la canción, para algunas de vosotras -Dawa, Iris Vivaldi, Misaoshi-, las más jovencitas, será nueva, pero para mí es como un himno que nunca debería dejar de oírse.
 Y con ella, sí:, con todo mi cariño y mi agradecimiento por estar ahí, para todos, todos los que estáis también ahí siempre y habéis sabido reconfortarme con vuestra presencia en tantos momentos:


martes, 4 de diciembre de 2012


Quisiera hallar una aldea
con una escuela pequeña.
Un viejo profe, lleno de ansiedades
y una sufrida y joven maestra.
Salir de clase e irme con los amigos,
todos alrededor de la candela.
Peleas, y bromas, y andar siempre contigo,
y que la lluvia resbale por las tejas.
Quisiera hallar una aldea...
Un camino lleno de barrancos
donde la nieve se arremoline.
Grutas, y un valle, y un riachuelo,
y mil estrellas que brillen.
Quisiera hallar una aldea...
Una taberna donde, en la mañana,
sirvan tazones de humeante chocolate,
y al asomarte a su portalón
veas, llena de niños, la plaza grande.
Quisiera hallar una aldea
llena de frío, con calor de hogar.
Días grises de viento, tormenta, nieve...
Mi madre, planchando. Mi padre, a trabajar.
Quisiera hallar una aldea
en donde volver a ser niña pequeña,
con mi abuelita cosiendo en su rincón
y mi abuelo fumando en pipa junto a la chimenea.
Asomarme al redondo ventanuco
y que la lluvia o la nieve me besen.
Ponerme grandes botas de goma
y meterme en los charcos, alegre.
Para vivir contigo, dulce amor,
quisiera hallar esa aldea... Para ti.

   Llevo unos días con poquitas ganas, o poquita inspiración:  apenas paso por los blogs, el mío ni lo miro... en fin, se ve que noviembre no es mi mes más creativo.
  Pero hoy he pasado por el blog de Salvochea, Alboreando y al leer su poema me he sentido transportada totalmente a mis catorce años, a la niña -bueno, casi mujer, que catorce años no es cosa de niños- que fui, y a aquellas añoranzas que me invadían. Entre libros -Heidi, sobre todo-, películas -Mujercitas, con la nieve al empezar- y sueños... escribí este poema que os he copiado, "Quisiera Hallar Una Aldea", y lo que me sorprende es que, todavía, siento ¡lo mismo! Que, pasados todos estos años, y tras ser mil personas diferentes, vuelvo a sentirme identificada con aquella niña que anhelaba meterse en los charcos con botas de goma, y mirar por el ventanuco para sentir el beso de la nieve. ¡Si es que aquí nunca nieva, me siento estafada!
  No lo miréis más que como lo que es: una ilusión de niña. No os escandalicéis por lo de "mi madre, planchando. Mi padre, a trabajar", porque es lo que en aquella época teníamos. 
  Supongo que, si quisiera psicoanalizar a la que escribió este poemita, empezaría por el "viejo profe lleno de ansiedades", ¿de qué libro, de qué recuerdos? Quizá el señor Carpenter, de Emily de la Luna Nueva... solo que ese libro lo leí dos décadas después. Y la "sufrida y joven maestra"... ¿sería la señorita Marina, la de mi novela Su Mirada Azul...  escrita también veinte años más tarde? ¿Viven, perviven en nosotros , sin principio ni fin, personajes del pasado y del futuro?
  Por supuesto, os pido que reconozcáis al abuelo de Heidi en ese abuelito que fuma en pipa junto a la chimenea. Creo que Heidi me marcó más que ningún otro libro: me cargué montones de sartenes de mi madre intentando asar queso como hacían en los Alpes, he sentido toda la vida añoranzas de una cabaña entre la nieve, de abrirme paso con la manga a través de un cristal cubierto de blanco, de conocer todo eso que describía Joanna Spyri en su novela. A veces me pregunto si, sin mis libros, sería la que soy, me parecería en algo a mí misma.
  Para adornar la entrada, estoy poniendo algunas fotos de hace una semana, en el camino de la Fuente Agria: cayó una granizada que, durante dos días, cubrió de blanco los alrededores del pueblo como una nevada de mentirijillas. Fue una gozada.


  

jueves, 15 de noviembre de 2012


   No dejéis de ver este vídeo, o al menos escuchar la canción, de Fernando Caro, un cantante onubense que se ha implicado en este tema que resulta tan doloroso. Fernando ha cedido los derechos que genere esta canción a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, y además va a participar en varios actos para recaudar fondos para las familias que hayan perdido o estén a punto de perder su casa.
  Es un tema que duele, duele tanto que a veces, cobardemente, intento alejar de mis pensamientos, incluso llegué a apagar dos veces la radio al empezar esta canción, pero no lo voy a hacer más. Llega un momento en el que piensas: bueno, pues si hay que salir y plantar cara... se sale, y punto. Vale más morir de pie que vivir siempre de rodillas, ¿no dijo eso el Ché Guevara? Pues lo dijera quien lo dijera, es que es así, es que ya está bien de estirar el cuello para que lo pisen con comodidad.
 Os pongo aquí abajo la letra para los que no tengáis tiempo de oír la canción, aunque, de verdad, escuchadla y, aunque no os guste el flamenquito, aprendedla y cantadla, tal vez con una canción se pueda llegar más rápido y fácilmente a las conciencias, tal vez la tarareen los chavales que solo se preocupan de sus botellones y su ropita nueva, y de pronto, mientras hacen palmas, se den cuenta de lo que están cantando, de lo que dice de verdad esa canción tan cañera, y comprendan que este es el momento de dejar de pedir y arrimar el hombro, el momento de dejar de beber y empezar a luchar, a pensar por uno mismo, a unirnos todos contra ese enemigo en el que se han convertido estos políticos que solo saben insultar a los oponentes y echarse flores a ellos mismos, y tocan el violín mientras Roma  se les quema en sus narices.
 Que decía Antonio Gala: "y si a nuestros gobernantes les llamamos "nuestros", no es porque nos gobiernen a nosotros, sino porque gobiernan en nuestro nombre."
 ¿De verdad alguien se siente representado por los que nos gobiernan ahora, o por los que nos gobernaban el año pasado? 

Letra "Desahucios", de Fernando Caro.
Después de llevar media vida
pagando los salarios de mi casa,
me tratan como si fuera un perro,
me echan sin decir media palabra.

A ver cómo le cuento yo a mis hijas
que guarden sus muñecas en una caja,
y que esta noche duermen con su abuela,
a ver cómo les explico esta jugada.

Vengo pedirle, señor juez, que no lo haga.
porque la ayuda me han quitado,
y no tengo nada.
Que ya no sé qué voy a ser, 
que ya no sé qué voy a ser...

Quíteme la luz del sol o quíteme la vida,
también la ilusión, llévese mis sueños,
y déjeme sin nada.

Quíteme la religión, quíteme la conciencia
con esta canción, llévese mis recuerdos,
y déjeme sin alma.

Quíteme la luz del sol o quíteme la vida,
también la ilusión, llévese mis sueños,
y déjeme sin nada.

Quíteme la religión, quíteme la conciencia
con esta canción, llévese mis recuerdos,
y déjeme sin alma.

Ahora mi casa es como un trinchera,
me veo con mis manos encadenadas,
consciente de que aquí no hay quien se mueva,
aún no he perdido la esperanza.
La vida se complica y no comprendo
como he llegado a esta encrucijada
de leyes que dictaron estos necios,
los necios que pueden pagar su casa.

Vengo pedirle, señor juez, que no lo haga
porque la ayuda me han quitado,
y no tengo nada.
Que ya no sé qué voy a ser, 
que ya no sé qué voy a ser...

Quíteme la luz del sol o quíteme la vida,
también la ilusión, llévese mis sueños,
y déjeme sin nada.

Quíteme la religión, quíteme la conciencia
con esta canción, llévese mis recuerdos,
y déjeme sin alma.

Pero no me dejes en la calle,
no destruyas mi garganta
que aquí yo no soy el culpable,
no he perdido la esperanza.

Quíteme la luz del sol o quíteme la vida,
también la ilusión, llévese mis sueños,
y déjeme sin nada.

Quíteme la religión, quíteme la conciencia
con esta canción, llévese mis recuerdos,
y déjeme sin alma.

miércoles, 14 de noviembre de 2012


                    LA MECEDORA

   Me gustan las tradiciones.
  Recuerdo cuando era una niña, sentada en la mecedora de la abuela y ella sirviendo el té, exacta y exquisita en sus movimientos repetidos a lo largo de generaciones.
  -En esa mecedora -me contaba- murió tu abuelo.
  Yo no recuerdo al abuelo, pero, por lo que fui deduciendo de historias familiares, no me perdí gran cosa.
 A mi padre sí le conocí; murió joven.    
   Algún día repetiré, con mi hija, las palabras tantas veces escuchadas:
  -En esa mecedora -le diré- murió tu abuelo.
  A mi marido no le he dicho nada, porque también a él le gusta sentarse en la mecedora. Es antigua, pero los muebles, en mi familia, perduran.
  Los mantenemos con amor.
  Le miro balancearse en la mecedora, como tomando impulso para saltar sobre mí. Las mujeres de mi familia no hemos tenido suerte con nuestras parejas.
  Voy a servirle el té. Le acerco la mesita de caoba, otra reliquia de la abuela.
  También es una tradición en las mujeres de mi familia mezclar arsénico con el té de ellos.
  Ya os he dicho que me gustan las tradiciones.                           

miércoles, 7 de noviembre de 2012


   Hace unos años, compré en una librería de viejo un tocho de muchísimas revistas encuadernadas juntas. Eran de los años 50; no puedo recordar el título, pero tenían ese encanto que, afortunadamente, solo queda en recuerdo: los consultorios sentimentales, aquellos consejos de "cuidar al marido", "callarte tus problemas pues los suyos son, sin duda, mucho más importantes", etc., etc. 
 En cada revista, publicaban un poema; igual podía ser de Bécquer que de una lectora o lector desconocidos. Entre ellos leímos uno, el que nos impresionó a las dos muchísimo, firmado por José Ángel Buesa.
 No supe nada de ese autor hasta que, años después, tuve Internet y lo busqué. Y caí rendida a sus pies. Además, ¡nació, como yo, un 2 de septiembre! 
 Como ya va tocando una entradita, he pensado que voy a poner uno de sus hermosos poemas, triste -como todos- y que llega muy adentro.
 Espero que lo disfrutéis tanto como yo.



POEMA DE LA DESPEDIDA

Te digo adiós, si acaso te quiero todavía.
Quizás no he de olvidarte... pero te digo adiós
No sé si me quisiste... No sé si te quería.
O tal vez nos quisimos demasiado los dos.

Este cariño triste, y apasionado, y loco,
me lo sembré en el alma para quererte a ti.
No se si te amé mucho... No se si te amé poco...
pero sí sé que nunca volveré a amar así.

Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo,
y el corazón me dice que no te olvidaré.
Pero al quedarme solo, sabiendo que te pierdo,
tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.

Te digo adiós, y acaso, con esta despedida
mi más hermoso sueño muere dentro de mí.
Pero te digo adiós para toda la vida,
aunque toda la vida siga pensando en ti.

                                  José Ángel Buesa

sábado, 27 de octubre de 2012

 ¿Os acordáis cómo me quejaba hace unos días, por lo del premio que no voy a cobrar? Pues parece que los hados se hartaron de oír mis lamentos y me han concedido un premio de consolación. ¡Hala, hija, toma y cállate ya la boquita! 
  (Eso demostraría que es cierto el refrán ese de "niño que no llora, teta que no mama").
  Cuando acabé de trabajar en la guarde, os conté que me había vuelto loca escribiendo, que en pocos días acabé tres relatos cortos. Coincidió con un correo de la bibliotecaria del pueblo, que siempre que se entera de algún certamen de por aquí cerca, me envía el aviso. Así me enteré de que había un concurso organizado por AEMAG, una asociación de enfermos mentales y sus familiares, que abarca todo el Alto Guadalquivir. Os pongo el enlace a su blog por si os apetece echar un vistazo:Semillas de Futuro. Entré en él, vi que éste era ya el XX concurso, que había tres premios y que el tema debía versar obligatoriamente sobre "vivencias en torno a los problemas mentales". Leí algunos de los premios de años anteriores, pensé "qué difícil", luego me dije: "bueno, no tanto, puedo intentarlo"... era como un reto.
  Primero quise haber escrito sobre la anorexia, que es un tema que siempre me ha llegado mucho, pero eso, a pesar de llegar a ser problema mental, es mas bien un trastorno alimenticio... no iba a ser adecuado. Entonces empecé a leer sobre el trastorno bipolar, y quedé fascinada inmediatamente. A veces piensa uno que tiene muchas cosas en común con algunas de las enfermedades que lee... sobre todo, al hablar de la "manía", yo me he sentido muy, muy identificada, pues sé lo que es eso, lo que yo llamo "ataque de inspiración", ya os he hablado también de cómo me afecta, de cuando empiezo a escribir una novela (porque un relato es corto, y puedo con eso dos o tres días nada más), de cómo no vivo más que para mi imaginación, y a la vez, la locuacidad extrema, el éxtasis... bueno.
  Escribí "La Escalera De Cristal". Me quedó... regular, os lo dije, ¿recordáis? Hablaba demasiado "explicativamente", era un relato hecho especialmente para ese concurso, no valía (a mi modo de ver) para otra cosa. El final me quedó... muy romántico. Pero mucho. ¿Pasteloso? No lo sé, pero a mí me gusta, ya ves, para mí la última página salvaba el relato. Además, tenía que ceñirme a cuatro páginas, yo hubiera necesitado entre cinco y seis para decir todo lo que quería decir, pero tuve que reducirme.
  Era lo primero que escribía desde "Cosas De Pareja", y estaba desentrenada. Me costó tela. Hasta me dolía la mano. No me fluía como me gusta, sino que sufría para cada párrafo... bueno, no quedé contenta con el relato, pero entonces se me ocurrió aquel que publiqué aquí, del alzheimer, "Desde Mi Olvido", que me dejó contenta y decidí mandarlo al concurso, el alzheimer también entra en las enfermedades mentales aunque provenga de otra cosa.
  De todas formas, se podían mandar cuantos relatos se quisieran. Así que, de acuerdo con Anais -eso siempre- decidimos mandar los dos. En la Escalera no teníamos ninguna fé, pero mi peque me decía "a lo mejor, como la bipolaridad no es un tema que suela escoger nadie...", así que aceptamos pulpo como animal de compañía.
  Pues, vale, que no me extiendo más, que soy pesaíta: que el miércoles me telefonearon para decirme que había ganado el 2º premio... con "La Escalera De Cristal". Me quedé a cuadros. Bueno, a cuadros pero a saltos (como diría Ester) pero de verdad, la muchacha me lo iba diciendo y yo iba saltando por la casa de mi niña, con el móvil en la mano y tapándome la boca para que no me oyera... ellos me miraban, interrogativos. Anais creía que era que al fin nos iban a dar el Sebastián Cuevas, pero yo le hacía con dos dedos: "segundo, segundo", y la tenía más liada que la pata de un romano.
  Pues qué bien: 300 euritos. Por fin gano dinero escribiendo, que aparte de las novelas que publiqué de jovencita, que aquellas si las pagaban relativamente bien, después no he pillado ni un céntimo, y la verdad es que falta hace, y mucha. El premio de novela fueron cincuenta ejemplares y la publicación. Eso sí, vendí algunos en una fiesta que se hizo en el pueblo que trataba de "y tú ¿qué sabes hacer?" y lo mismo vendías pulseras de cuero que cosas de crochet... y yo vendí algunas de mis novelas, pero pocas, la verdad. Y luego el premio de relatos de Villafranca, fue este ordenador (menos mal, eso sí) y el Sebastián Cuevas, incobrado, pero además serían libros, a elegir por mí, pero libros. Ahora... ¡ja, ja! ¡300 eurillos! Comeremos langostinos los cuatro, un día, y nos iremos a comprar algunas pinturitas Anais y yo, un libro que hace tiempo que deseo mucho (el de Lily), un cuadro para Kino, que tiene ganas también hace mucho, quizá un fin de semana en algún sitio, no sé... y el resto (que sí, que sobrará, que yo no gasto mucho) para decir "bueno, esto me lo compro con lo del premio" y no sentirme culpable cuando me encapricho un poquillo con algo, igual que hacemos con "lo del tabaco", que entre las dos cosas, vaya, estoy que me salgo.
  Y voy a poneros algunas fotos de la entrega de premios, que fue ¡ayer! Tuvimos que leer los relatos, el primero se titulaba "El Puente De Niebla", me gustó mucho y eso que no me enteré bien, bien, claro, pero pronto los publicarán en el blog y podré leerlos más tranquilamente. El tercero, no recuerdo el titulo, también me gustó mucho, el autor era un muchacho muy jovencillo, de estos que los ven las viejas y enseguida te dicen "ése fuma porros", pues mira, tiene algo más en la cabeza, fume lo que fume. Estaba nerviosillo y ceceaba mucho al principio, pero luego se animó con su relato y lo leyó muy bien. En cambio, el ganador del primer premio se excusó diciendo: "entre la torpeza y los nervios, prefiero que lo lea mi compañera, María", y lo leyó la chica.
  Yo estaba nerviosilla también, cosa logiquísima, pero me tomé un orfidal de los que me ha mandado el médico para la ansiedad al dejar de fumar, y me quedé tan pancha. Además, la verdad es que había ensayado cuatro o cinco veces en casa; una se siente ridícula, la verdad, leyendo en voz alta algo que, encima, lo ha escrito ella misma, pero lo leía cuando Kino (M.P:) no estaba, o andaba por el huerto, o el gallinero... y me alegro de haberlo hecho porque si no, me habría equivocado a veces, no habría sabido darle la entonación, en fin, que hay que ensayar, joder, que no puedes ir por ahí improvisando, que la gente que te tiene que escuchar aunque se aburra se merece al menos eso, que si quieren, puedan enterarse de lo que les leen.
  El 2º premio era, además del cheque, una placa muy mona con el escudo de Montoro, que es donde está la sede de AEMAG, aunque cada año dan los premios literarios en un pueblo distinto del Alto Guadalquivir; el año que viene o el otro toca Villafranca, aunque los ganadores de cada año tienen que esperar tres para volver a concursar. 
  Éste es uno de los retratos de grupo, el chico alto que está tercero por la izquierda es el ganador del 1º; el que está en primer lugar, que lleva en la mano una estatuilla (no sé por qué al 3º le dieron estatuilla en  vez de placa), es, como digo, el 3º, los demás son el jurado, el alcalde del Carpio y el presidente de AEMAG. Falta la jurado a la que yo tenía más ganas de conocer, Josefina Solano, malagueña, que el año pasado fue 2º premio con una obra que me ha encantado, "El Duro Oficio De Vivir". Leyéndola, me dije: imposible que nada de lo que yo escriba pueda competir... pero a la vez me dio más ganas de intentarlo. Si queréis leerla, en el enlace de Semillas de Futuro que he puesto arriba se pueden leer las del año pasado (las tres) y las del anterior, y pronto se podrán leer las de este año; estoy deseando, por saborear tranquilamente el 1º y 3º, que, con  los nervios, no me enteré bien, bien.
  Y después, un refrigerio que no os podéis imaginar qué bien estaba, nada de racaneo, me sorprende que una asociación como ésta, con pocas ayudas, solo el aporte de socios y familiares y algunos voluntarios, sepa hacer las cosas mejor que tantos ayuntamientos que...¡bueno, me callo que me indigno otra vez!
   Anais y yo, que estamos con la puta dieta desde que dejamos de fumar, pues comimos... claro... sintiéndonos culpables pero ¡estaba todo tan bueno! Había hasta langostinos, eso no engorda, así que... que sí, que comimos, nada de inapetentes damiselas, pero no fuimos las únicas, claro, los platos se vaciaban y los volvían a llenar, y cuando nos fuimos todavía estaban llenando platos y pasando dulces, pero ya no teníamos mucho más que hacer allí.
  Tuve que firmar el "recibí" y M.P. inmortalizó el momento. Observad la sonrisa de tonta que saqué en la foto de arriba, como si estuviera mirando un tierno gatito, o a mi hijo recién nacido, por Dios. Y es que la chica de la chaqueta roja me estaba diciendo lo que le había gustado mi relato (qué me iba a decir, ¿no?) y que quería leer el otro, "Desde Mi Olvido", porque le habían dicho que era muy bonito también y que se había quedado a las puertas del premio... -lo que me deja perpleja, porque se supone que las plicas no las abren, ¿no?- Yo estaba contestándole algo de que era "muy romántico", y M.P. disparó... y voilà la cara que he sacado... y bueno, es de las mejores, que hay fotos que he tenido que borrar a toda marcha porque vaya coco.
  Así que, chicos, por fin tengo un premio en metálico, y he asistido a una entrega de premios, me he puesto nerviosa pero no tanto, y me he acordado un montón de mi padre, que recibió tantos premios y yo casi nunca pude asistir con él, pero iba con mi madre y luego contaban lo bien que lo habían pasado, y lo orgullosa que mi madre se sentía de él, cómo le aplaudía la primera siempre, en  fin, me acordé mucho de ellos.
  Además, podéis observar el azul de mis uñas, no iba a renunciar a ser un  poco "yo" a pesar de que me puse chaqueta, botas de tacón, pinturas de guerra... vamos, que me arreglé casi formal, me divertí un montón eligiendo la ropa, alisándome el pelo (luego estuvo lloviendo todo el día, así que se me fue rizando, pero se quedaba bonito). Tengo que dejar de ser tan negativa y pensar que estoy gafadita en todo, ¿no? Ayer lo pasamos bien, fue todo guay y pis pas, hala.
  Y ahora os planto el relato, supongo que no vais a tener ganas de leerlo después del pedazo de entrada, pero no pasa nada, yo lo pongo porque el pobre se lo merece, que ni yo confiaba en él, y ya está.



                                                            La Escalera De Cristal
La mente domina el cuerpo;
 la mente no siempre domina la mente.
Franz Herber
La verdad es que si me he puesto hoy aquí, en este rincón, de espaldas a todos y frente a este viejo cuaderno, es porque necesito hablar de ella, porque no la he olvidado ni la olvidaré nunca y porque, hagáis lo que hagáis las demás, para mí no tenéis nada que hacer. Lo siento, chicas.
Katrina era… ¿cómo podría expresarlo? Era la luz cegadora del relámpago, la espuma en la catarata, el “do” de pecho. Lo más. (Claro que también podía ser el trueno, el rayo, el abismo… lo peor, ya lo sé). Con ella no te aburrías nunca, eso puedo jurarlo. Era arrolladora, alegre, traviesa, vivaz, desconcertante… Era… ella: ¡Katrina! ¡La estrella más radiante, mi estrella fugaz!
-La hija de la loca –señalaba mi madre, y lo decía con un desprecio que me inundaba el pecho de rabia-. No quiero que te acerques a ella y no te lo digo más.
Bueno, nunca le hice caso, ¡normal! Ya sé que era mi madre y todo eso de que a los padres hay que respetarlos y obedecerlos y blablablá, pero si tu madre te dice que te tires a un pozo… no sé tú, pero lo que es yo, como mucho, le digo “sí, mamá”, y me voy corriendo lo más lejos que pueda.
Con esto quiero decir que mi madre, aunque sea mi madre, no siempre tiene la razón, y que en todo lo que se refería a Katrina se alteraba tanto que perdía el juicio. De verdad.
Por aquel entonces yo tenía quince años y no entendía mucho de sutilezas, así que le conté a Katrina que mi madre no quería que me juntara con ella, pero que por mí, que se peinara “p’atrás”. La verdad es que tuve poco discernimiento, ya que se lo dije en uno de esos días en los que lo mejor era adorarla de lejos, porque a veces Katrina sacaba el genio y, lo juro, daba más que miedo.
¡Ya lo creo que sacó el genio: se subía por las paredes! Yo miraba fascinado su boca, el movimiento imparable de sus labios, sus facciones que se deformaban por la furia, todo por no mirarla a los ojos. Aquellos no eran los ojos de “mi estrella”, los lagos glaucos en los que yo podía perderme durante horas. Se le achinaban, turbios, casi negros, miraba de reojo, era una cobra en el punto álgido del ataque. La más pura expresión de odio vibraba en ellos. Si no la hubiera visto así otras veces, me habría muerto de miedo (y de pena), pero sabía que al poco rato se suavizaría, me pediría perdón, lloraría… Y sabía, sin ninguna duda, que yo lo olvidaría todo inmediatamente y seguiría adorándola, porque ella era –y le encantaba que se lo dijera- la estrella blanca que guiaba mi camino.
Lo que me iba quedando claro era que más valía no hablar con ella de muchas cosas. Esto no me importaba mucho: prefería mil veces escucharla. Era brillante, su charla burbujeaba. Podía hacerme reír, hacerme reflexionar, hacerme llorar (pese a mi vergüenza) con sus palabras y con su música.
-Es igualita que su madre, no tiene mesura, siempre llamando la atención –decía mi madre-. Eso sí, trabajadora como ella sola, pero una veleta, nunca sabías por dónde iba a salir. Pobre Luis, con lo buena persona que era, le tocó enamorarse de una mujer como ella. Lo mejor que hizo fue tirarse al río.
Cuando fui dejando de creer que todo lo que decía mi madre iba a misa, me preocupé de enterarme por otras fuentes. La madre de Katrina había sido… “rara”. Lo mismo era la más alegre y alborotadora del mundo como caía en unos pozos negros de depresión de los que parecía imposible sacarla. Cuando nació su hija, todo pareció empeorar. Dicen que las peleas que se oían en su casa eran de órdago, que se ponía tan violenta que tiraba cosas, rompía puertas, platos, jarrones. ¡Atacaba! A veces se volvía contra sí misma, se arañaba, se arrancaba el pelo. Un día, cuando Katrina tenía nueve años, su padre la cogió y se marcharon. La madre se encerró en la casa, no la veían salir ni a la compra, hasta que una noche… debió salir. La encontraron en el río, flotando bocabajo, con el vestido que se había hecho para la primera comunión de su niña.
-Yo sé lo que ella sentía –me dijo una noche Katrina. En los últimos tiempos hablaba mucho de su madre. Aquel día ella había estado rara, distinta. Ni furiosa ni eufórica, tampoco aislada ni apática. Se la veía como dulce, nostálgica, con espíritu de adiós. Rasgueaba las cuerdas de su bandurria al azar, arrancándole unas notas extrañas, casi inquietantes.
Estábamos sentados en el porche de su casa, a oscuras. Las nubes pasaban deprisa y de cuando en cuando descubrían una luna muy redonda, muy blanca, que parecía al alcance de mis manos.
No me atreví a preguntar, no fuera a cambiarle el humor. Por aquel entonces yo tenía dieciocho años y ella veinticuatro, y yo no era ya el adolescente enamorado de su vecinita. Sabía que Katrina tenía otra vida, le había sostenido la cabeza muchas veces después de embriagarse en alcohol como si no hubiera mañana; había secado sus lágrimas cuando se enamoraba loca y profundamente de alguien que la abandonaba; había sufrido sus etapas creativas, cuando cogía los pinceles (sí, también pintaba) y no podía descansar ni de día ni de noche, como si la vida le fuera en ello: imágenes hermosas y extravagantes de un colorido imposible que parecían absorberte hasta más adentro del fondo del cuadro. Y, sobre todo, había aprendido a mantenerme fuera pero cerca, al alcance de su desamparo, cuando la furia la enloquecía cubriéndole los ojos con aquel velo negro y retorcido que no era odio sino impotencia, miedo, dolor.
-Sé lo que la vida fue para ella porque para mí es igual –continuó Katrina aquella noche, con la mirada ausente-. Es como subir una escalera de cristal, radiante, hasta el cielo. No hay nada más hermoso. El problema es que luego… hay que bajarla, sabes, y cuando bajas vas mirando los peldaños para no caerte, y cuando los miras, el cristal lo desfigura todo; lo que al subir parecía belleza se convierte en deformidad, se burla de ti, y sigues bajando más deprisa para no verlo, y mientras más bajas, más feo, oscuro y decepcionante es todo, y bajas más y más, y te hundes. Y cuando estás hundido, al fondo, ya no te atreves a subir, porque el cristal es frágil y se puede quebrar bajo tus pies, y entonces volverás a caer, y piensas que tal vez… sólo tal vez… ya no tengas ánimos para subir. Porque te preguntas: ¿y para qué?
Durante un rato pareció olvidarse de mí, aunque sus dedos se deslizaban sobre mi cabeza, jugueteando con mi pelo como si todavía viera en mí a aquel niño que yo ya no era.
-Yo, ahora, estoy…  intentando subir… más despacio -dijo, al cabo. Yo no dije nada, solo acaricié su mano y la apreté un poquito, para que supiera que siempre, siempre, dijera lo que dijera, yo estaría allí.
Ya sabíamos los dos que su cabeza “no funcionaba bien”. Su madre había padecido trastorno bipolar (lo que antiguamente se llamaba “psicosis maníaco-depresiva”) y Katrina lo había heredado, lo que en pocas palabras quería decir que pasaba de estados de una euforia y actividad intensísimos a lo más oscuro y doloroso de la depresión; cuando estaba “alta” brillaba como un sol ardiente, podía quemar, me consta, pero también podía alcanzar los mayores éxtasis, o pintar el cuadro más impactante del mundo, o componer música de ángeles o diablos, o enamorarse como Julieta, o hacerme creer que tenía el cielo en sus manos y que lo compartía conmigo. En aquellas primeras épocas, Katrina se reía diciendo que ella era mi estrella bipolar, y no parecía importarle su “locura”, porque, según afirmaba, aquel subidón era “la verdadera felicidad”. Pero después llegaban sus furias (de eso procurábamos no hablar mucho,  el recuerdo nos dolía demasiado) y más tarde empezaron a llegar los días “de pozo”, aquellos en los que Katrina no era nada, nadie, ni su propia sombra, aquellos que cada vez duraban más. Yo quería que ella fuera al psicólogo, al psiquiatra, adonde pudieran ayudarla, pero algo me impedía insistir. Nunca parecía ser el momento: cuando estaba eufórica no me hacía caso, cuando estaba en su pozo no me escuchaba, cuando me iba a mi casa yo me llamaba cobarde, cobarde, cobarde, y el círculo se cerraba, y siempre era igual.
Yo era muy joven, creí que bastaba con seguir siempre a su lado, leal, contra viento y marea, creí que el Amor lo podía todo, no supe pedir para ella la ayuda que tanto necesitaba. Y aunque ella nunca lo supiera, por no traicionarla, por respetar su confianza, le fallé.

Una mañana de marzo, Katrina se fue. Algunas semanas después recibí una carta suya en la que se despedía, una carta muy, muy larga, cariñosa y deshilvanada. Después de un invierno en el que había vivido un gran amor, una gran decepción y varias semanas de pozo negro, no puedo decir que me extrañara su partida: de alguna manera se había estado despidiendo cada día, cada noche, muy despacio, con esa ternura dolorosa con la que nos despedimos de lo más amado. Se había quedado tan delgada que parecía transparentarse, porque cuando se enamoraba, Katrina no comía, se alimentaba de amor y alcohol, y cuando la dejaban (y siempre la dejaban) rellenaba su vacío engullendo más y más, y después se metía el cepillo de dientes hasta la garganta, vomitaba y volvía a devorar.  Cuando yo le reprochaba tímidamente, ella se encogía de hombros: otra manía más, la hija de la loca había heredado la locura de su madre.

 Han pasado los años… no muchos, sólo una eternidad. Ayer recibí una carta. Reconocería entre un millón su escritura, los palitos larguísimos de sus letras, la inclinación…
Era muy corta, no como aquella con la que se despidió. Me la sé de memoria. Dice así:

     Querido Carlos: subir escaleras de cristal es muy, muy cansado y,
 para subir de nuevo, siempre tengo que volver a bajar, y el cristal cada
día me da más miedo.
   >Estoy pensando que tal vez, sólo tal vez, tenga alas y pueda volar…

Esta mañana, la noticia ha corrido por el pueblo: Katrina, la hija de la loca, ha saltado desde lo más alto de un puente, allá en su gran ciudad.
Mi madre ha dicho:
-Hay qué ver, con lo bien que pintaba… Dicen que era una artistaza como la copa de un pino, sus cuadros valdrán un dineral… -y después, con un suspiro, me ha mirado de soslayo y ha añadido, incongruente-: Pero, claro, la cabra siempre tira al monte…

Katrina, mi estrella bipolar, te dejé sola. Yo quería haber estado siempre a tu lado para ayudarte, para amarte, para compartir tus sueños y cogerte de la mano cuando sintieras que los escalones de cristal se rompían bajo tus pies. Yo era muy joven… no lo seré más. Cuando estabas en el fondo de tu pozo negro no se oía tu voz pidiendo ayuda, pero sé que la pedías, lo sé. Tenía que haberla pedido yo por ti, yo con mi voz que podía gritar más alto, con mis manos fuertes que no se tendieron hacia ti lo bastante, ¡con tanto amor como me desgarraba el corazón! Si tú no tenías valor para luchar, tendría que haber luchado yo por ti, y tú habrías empezado a subir aquella escalera de cristal, poquito a poco, y tal vez habrías conseguido detenerte en medio… o tal vez no… pero con mi apoyo, y con el apoyo de tantos –médicos y enfermos, guerreros todos que luchan con denuedo en la batalla-, algún día habríamos cegado el pozo para que no cayeras más en él.

Katrina, mi amor, esta noche he venido, como tantas, a sentarme en el porche polvoriento de tu casa. La madreselva lo ha invadido todo con sus blancas flores –“rosas de miel” las llamábamos, ¿recuerdas?- que se van volviendo amarillas, como las páginas de aquel libro de poemas olvidado. El viento juguetea entre las hojas y yo quiero creer que escucho, muy quedito, aquella vieja melodía que arrancabas a tu bandurria. Y me pregunto tantas, tantas cosas…

Katrina, mi Katrina, sobre el pozo brilla una estrella muy blanca, muy pequeña, una estrella que no había visto nunca y que hace guiños a escondidas de la luna, guiños que son sólo para mí.

Yo también me pregunto, sólo me pregunto, si al final descubriste que sí podías volar…
                                                                                                                                                             

martes, 16 de octubre de 2012


LA VIEJA PAULINA

Caen las hojas doradas de los arboles.
Está en silencio el parque. Solo se oye
un remoto piar de pajarillos
y, más lejos, el pueblo y sus rumores.

En un banco de hierro, al sol, está ella.
Es vieja y está sola. Por su boca
una sonrisa baila sin posarse,
y unos niños murmuran: "¡es la loca!".

A sus pies, el carrito remendado
donde guarda su mundo hecho retazos.
Sobre la falda, grises, dos palomas
yacen muertas, inertes: son sus manos.

Zumba una abeja sobre su cabeza,
mas no turban su paz ni sus latidos.
Vive soñando, acaso, en un pasado
que fue presente, pero ya es olvido.

Ayer eran sus ojos expresivos,
y su vientre fue cuna de dulzuras.
Su mano acarició rizos de oro
prodigando consuelos y ternuras.

Ayer su vida fue río caudaloso
donde orgullosa navegó sin miedo.
Hoy su barca naufraga en aguas plácidas,
y sin prisas, ni pausas, se va hundiendo.

Es vieja y está sola. Si está enferma
nadie su frente con amor refresca.
"Es la loca", comentan, y en su fiebre
oye las voces y los ojos cierra.

...   ...   ...   ...   ...   

Caen, doradas, las hojas de los árboles.
Riza el viento el espejo de la fuente.
Va el ocaso pintando negras sombras
y es la noche, otra vez, como una muerte.
                                                    Jana                  
                                             
  No sé por qué, a este poema lo he llamado siempre "La Vieja Paulina"; no conozco a ninguna Paulina, ni joven ni vieja, y no sé de dónde me viene ese nombre, pero he decidido titularlo así en honor a esa Paulina desconocida que se quiere meter en mi mente y en mi verso. Para ella, también, esta rosa malva y estas mariposas, para que pueda seguir soñando siempre en un mundo distinto al que pisan sus pies.

miércoles, 10 de octubre de 2012

PARA MARIPILI Y *L* , UNA PARA QUE SEA FUERTE Y LA OTRA POR LO VALIENTE QUE HA SIDO

    Pues sí: lo hice. ¡Lo hicimos, los tres: Anais, H. y yo! El 28 de agosto, hace cuarenta y dos días. 
   Llevo cuarenta y dos días sin fumar. Ni una calada. Ni una recaída. Ni un cigarro a escondidas y, lo que es todavía mejor, ni tentaciones de ese cigarro a escondidas.
  Y, como se lo prometí a Maripili, voy a explicaros cómo lo he conseguido.
  Yo era una fumadora tan compulsiva que el cigarro formaba parte de mí, como los ojos o el pelo. No me sentía capaz de estar un rato hablando con alguien sin recurrir al tabaco. Me daba asco del sabor, me sentía mal al echar el humo, así que lo exhalaba de lado, era una obsesión tal que en los últimos años, nada más despertarme ya cogía el primer cigarro y disfrutaba de él ¡en la cama!, y el último, igualmente, me encantaba saborearlo (puaaaaj, pensaba, lo juro) tumbada boca abajo, leyendo un poco antes de apagar la luz, y gozando de esas caladas hasta mañana.
   Lo más grave es que mi hija había heredado ese asqueroso vicio de mí, y cuando nos juntábamos ya era cuestión de sentirnos verdaderamente mal, por la cantidad de humo que flotaba sobre nuestras cabezas. Su chico, H., tanto de lo mismo: éramos tres locomotoras. Menos mal que M.P. no fuma demasiado -uno o dos al día, a veces ninguno, según le dé-, así que él no tenía ese problema pero me echaba buenas broncas: "¡siempre fumando, como un indio cabreao!", me decía. Y más rebelde me ponía yo, y menos me apetecía dejar de fumar.
  Interiormente, yo sabía que no iba a poder dejarlo. Hace doce años estuve casi dos sin fumar, pero aquella vez introduje una variedad en mi decisión y, de vez en cuando -unas cuatro veces por semana o hasta menos- me fumaba un cigarrillo. Lo compraba suelto y me lo fumaba a escondidas, a solas con mi peque, como un juego. Otras veces me lo fumaba cuando salía los sábados a mediodía con una amiga a tomar algo, que durante ese par de años fueron esas salidas como una institución, claro, porque sabía que implicaban un par de cigarrillos. Lo que quiere decir que, aunque lo llevara súper bien, en el fondo seguía siendo fumadora, y punto.
  Recaí cuando mi ex recayó también, normal, habiendo tabaco en casa era dificilíiiiiiisimo. Y cuando volví a intentar dejarlo (no me había parecido tan difícil la primera vez)... pues no pude. Cada lunes, durante un mes de octubre que me dejó marcada por el "no sirves ni para mantener tu palabra", me prometía no fumar, en serio; cada lunes lo sufría, pero fumaba al fin. Hasta que me dije: de acuerdo, he decidido que voy a morir de cáncer de pulmón, lo acepto y a otra cosa. Y seguí fumando alegre, felizmente, pero despreciándome en el fondo por mi falta de voluntad.

  Pero la puntilla la ha puesto el subidón de precio. Ya que yo tenía tan asimiladito mi futuro, van y lo suben, pero no un poquito, así como para abrir boca, sino a lo bestia. El paquete de 100 gramos de Star, (tabaco de liar, yo ya del otro había tenido que pasar hace tiempo), que valía 4€, ¡se triplicó! ¡Se dice muy pronto! Cuando dijeron que el tabaco iba a subir, nos aprovisionamos a lo bestia, los peques y yo, 1.200 gramos, hala, que dure.

  Y duró... poco más de un mes. Y se acabó. Su fin coincidió, para colmo, con mi reingreso en el paro. Sin trabajar, en casa, con muchas ganas de escribir... y de fumar. Y fumando. Y el tabaco "barato" que se acababa. Y tuve que ir al estanco.
 Probé... no sé cuántas marcas. Bueno, no tantas, hacíamos cuentas el estanquero y yo y buscábamos los que estuvieran más baratitos. Pero que, fuera como fuera, iban a ser 9€ cada tres días, y hasta más. Y yo, parada, sin cobrar todavía (me faltan diez días para tener derecho a paro, ahora en la aceituna los buscaré) y sintiéndome cada vez más horrible, mas manipulada por un vicio asqueroso que consiste en chupar de un aburrido tubito blanco y rubio y echar humo, con el consiguiente mal sabor de boca, hedor en los dedos y en el aliento, agobio en la casa, asco del humo frio, pestazo cruel de los ceniceros... todo eran desventajas, todo, y mi depresión aumentaba a marchas forzadas.

  Mi solución soñada era la hipnosis.

  Solo mediante la hipnosis, pensaba yo, seré capaz de abandonar del todo y para siempre ese horrible vicio que podía más que yo, que era mucho más fuerte y vigoroso que yo. 
   Mi amigo, mi enemigo.

   Mi niña había decidido dejarlo "en septiembre". Desde marzo empezó a decirlo, y parecía tan decidida a cumplirlo que me daba... envidia, supongo, pues yo no me veía capaz en absoluto.
 Y mira que lo deseaba.
 Luego, viendo la subida de precios, dije: pues en Navidad no tengo más remedio que dejarlo. Es que no hay otra, o eso o no comer, y, verás, que yo no comería, pero dudo de que durara mucho así... Me iba a pasar como al burro del gitano, que cuando ya me acostumbrara a no comer, ¡zas!, al hoyo.
  Luego, ya acuciada de verdad por eso de cada tres días en el estanco, más nerviosa, fumando más, gastando más, agobiándome más... me dije: que lo dejo el 1 de octubre. 
  Después: ¡que lo dejo cuando pase mi cumple.!
  Y entonces me llamó Anais y me dijo: mamá, me he descargado un libro, 
          Es Fácil Dejar De Fumar Si Sabes Cómo
   El enlace me lo pasó directamente:Es Fácil Dejar De Fumar Si Sabes Cómo. ¡Yo no quería leerlo todavía, por favor, si era 27 de agosto y faltaban seis días para mi cumpleaños!
   Bueno, por echarle un vistazo no pasaba nada. De todas formas, yo sabía que iba a necesitar hipnosis, nada tan sencillo como leer un libro iba a ayudarle a una fumadora obsesiva y compulsiva como era yo.
  Me puse a leerlo. Al rato llamó mi gatita:
  -Mami, que yo me voy a quitar mañana.
  -Pero, bueno, ¿no ibas a dejarlo el día 1?
  -Sí, pero he pensado: ¿y para qué esperar? Si me voy a quitar, ¿qué sentido tiene dejarlo más?
  Bueno, lo encontré muy lógico, pero para ella. Para mí, desde luego, no. Incluso, mientras leía el libro, pensaba: esto no me vale a mí.
  Mientras lees puedes, de hecho, te recomiendan, seguir fumando. Yo lo hacía, y el caso es que tenía pocas ganas, seguramente por la comedura de coco que llevaba durante tantos días ya.
  Acabé el libro.
  Y de pronto, me dije:
¿Y si lo dejo yo también mañana?
  Nadie puede imaginarse el miedo que me invadió. Miedo, esa sensación de caída libre, de que te tiras al vacío y puede que abajo haya agua, o un colchón, o... el duro suelo.
   Miedo, ansiedad, falta de respiración... y un rayito tenue, dorado, de esperanza.
   ¿Y si... y si...?
   ¡¿Y si lo consigo?!
  Así que se lo dije, muy nerviosa, a M.P.: "Mañana voy a dejar de fumar... estoy aterrorizada".
  Él me dijo: ¿por qué?, tan tranquilo, y yo pensé: vaya, ¿por qué? ¡Está en mis manos!
  Y volví a leerme el libro.
  Me quedaba tabaco. Se lo di a M.P. Me quedaban un montón de tubos. Tenia una pitillera nueva, guapísima.
  Pero había tomado la decisión. Si lo dejaba "para el lunes", quizá venciera el miedo.
  Era una lucha... pero no, no hay que luchar, es cuestión de dejarse llevar, de leer y comprender.
  Me daba miedo, sobre todo, pensar: pues sí, yo también puedo.
  Llevaba, eso sí, semanas mentalizándome entre el precio, la salud, el mal olor, la sensación que cada vez más tenemos de parias los fumadores...
  ¿Ventajas de fumar? Leer el capitulo XXI
  ¿Ventajas de dejarlo? ¡Incontables!

   Maripili, descárgate el libro, léelo y piensa que no tienes que dejar de fumar en cuanto acabes el libro, sino que el nmomento lo decides tú. Yo lo dejé al día siguiente.

  Y he pasado, después, malos ratos. No tan malos, quizá, pero sí era pensar en el tabaco, tabaco, tabaco. No pensar en lo mucho que lo deseaba, sino qué bien, ya no fumo... fíjate, ahora llevaría ocho o diez cigarros... qué bien, ya no huele la casa... uf, voy a ahorrar un pastón, haré una lista de caprichitos que darme... qué bien, ahora estaría fumando, pero mírame, aquí comiendo pipas... o chicle... o muerta de hambre... y no puedo comer a cualquier hora, que engorda. Pero no fumo.
  Y no fumaba. Y, ¿sabéis qué? Pues que, poco a poco, cada vez me acuerdo menos. Ahora solo me acuerdo cuando acabo una tarea larga y fatigosa y quiero pararme ya a descansar, entonces digo "joder, qué bien me vendría un pitillo", y chupo un bolígrafo. Eso va muy bien. También chupo a veces los tubos que me quedaron para hacer tabaco, y es casi -solo casi- igual.
  El mono físico fue poquísimo. El mental, más. Tuve que ir al médico para otra cosa y se lo comenté. Me felicitó y me recetó orfidal. Medio por la mañana, medio por la tarde, uno por la noche. Me dormía como un bebé, dormía y dormía, pero no tenía ganas de fumar.
  Luego fui reduciendo. Dormía por las tardes, ponía series y las escuchaba, sin abrir los ojos, eso casi duró una semana. Las tardes eran relajantes, al anochecer salíamos a dar un paseo por el puente, andar y comer pipas en un banquito, luego a dormir otra vez.
  Después me atacó la inspiración. ¡Escribir, y sin fumar! ¡Y una novela más larga de lo que suelen ser las mías, llegué a las 248 páginas!
  Pues, ¡prueba superada! He tenido ansiedad, ¡mucha!, café por un tubo, alguna que otra discusión con Anais, un par de llantinas bien gordas, de esas de "qué desgraciadita soy", he estado en la calle -me pilló mi fiesta favorita, el Guateque, tres días después de haberlo dejado- como una zombie, con mirada extraña y sintiéndome sobrevolando por plazas y calles... pero me voici! ¡Héme aquí, invicta! ¡No he sucumbido, no he vuelto a coger un cigarrillo, y, 
HOY, POR LO MENOS, ESTOY SEGURA DE QUE NO FUMARÉ!!!
    Dentro de equis días... pues... no sé...
   PERO HOY, EL DÍA DE HOY, SEGURO QUE NO
  Y aunque parezca idiota, una niñería, simplemente decirme: hoy, no, seguro. Otro día... quién sabe...
me ayuda mucho, pero mucho, porque me da la fuerza que necesito, no para la vida entera, sino para el día en el que vivimos. Con el hoy, en esto, basta. 
  Y hoy, chicos, ¡no voy a fumar!


  Y para acabar os dejo un vídeo de mi Anais con mi gatita Puchi, otra de las cosas que me ha ayudado a superar el mono bastante, porque viéndola jugar ya te partes de risa o te quedas embobada y te olvidas.
 Os advierto que recién acabo de descubrir cómo pasar las fotos de mi cámara al ordenador, y que mi cámara hace vídeos... así que lo siento por vosotros, pero os bombardearé de vez en cuando.
  



                                           Dura poco más de tres minutos, está muy oscuro
                                          y es simplemente mi gatita jugando y yo comentando
                                           por detrás, y Anais, H. y yo, riéndonos.

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Ana Vega Burgos
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