viernes, 11 de marzo de 2011

CUENTO CHINO


Cuando Lao Ta murió, hizo el camino hacia la Luz acompañado por un anciano al que recordaba muy bien oero al que no veía desde pequeño: su abuelo Ling Tao.
Primero bajaron al oscuro Infierno. No parecía tan mal sitio: enormes mesas lujosamente decoradas se extendían a lo largo de espléndidos salones, y a su alrededor, elegantemente ataviados, se sentaban los condenados. Pero éstos no tenían tan buen aspecto: delgados, francamente famélicos, demacrados y pálidos, con los labios agrietados... Lao Ta miró interrogante a su abuelo Ling Tao y éste, sin hablar, señaló a las mesas: al lado de cada comensal había un par de palillos, pero éstos tenían una longitud tal que era imposible acceder, con ellos, a los alimentos.
Muy conmovido, Lao Ta pidió a su abuelo que le mostrara el Cielo. En un vuelo atravesaron extrañas luces y nubes de colores desconocidos, cada vez más luminosos, hasta que, tras un tiempo difícil de medir, llegaron a otro lugar muy parecido al primero. También en el Cielo había largas mesas cubiertas de humeantes fuentes y platos, y a su alrededor, también, se sentaban cientos de comensales. Pero aquí no mostraban éstos aquel triste aspecto desolado y hambriento. Lao Ta vio mejillas sonrosadas, ojos brillantes, sonrisas...
Junto a cada comensal había, como en el Infierno, un par de palillos larguísimos. Pero no pasaban hambre: cada uno de ellos utilizaba sus palillos para dar de comer al de enfrente...

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Ana Vega Burgos
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