Quisiera hallar una aldea
con una escuela pequeña.
Un viejo profe, lleno de ansiedades
y una sufrida y joven maestra.
Salir de clase e irme con los amigos,
todos alrededor de la candela.
Peleas, y bromas, y andar siempre contigo,
y que la lluvia resbale por las tejas.
Quisiera hallar una aldea...
Un camino lleno de barrancos
donde la nieve se arremoline.
Grutas, y un valle, y un riachuelo,
y mil estrellas que brillen.
Quisiera hallar una aldea...
Una taberna donde, en la mañana,
sirvan tazones de humeante chocolate,
y al asomarte a su portalón
veas, llena de niños, la plaza grande.
Quisiera hallar una aldea
llena de frío, con calor de hogar.
Días grises de viento, tormenta, nieve...
Mi madre, planchando. Mi padre, a trabajar.
Quisiera hallar una aldea
en donde volver a ser niña pequeña,
con mi abuelita cosiendo en su rincón
y mi abuelo fumando en pipa junto a la chimenea.
Asomarme al redondo ventanuco
y que la lluvia o la nieve me besen.
Ponerme grandes botas de goma
y meterme en los charcos, alegre.
Para vivir contigo, dulce amor,
quisiera hallar esa aldea... Para ti.
Llevo unos días con poquitas ganas, o poquita inspiración: apenas paso por los blogs, el mío ni lo miro... en fin, se ve que noviembre no es mi mes más creativo.
Pero hoy he pasado por el blog de Salvochea,
Alboreando y al leer su poema me he sentido transportada totalmente a mis catorce años, a la niña -bueno, casi mujer, que catorce años no es cosa de niños- que fui, y a aquellas añoranzas que me invadían. Entre libros -Heidi, sobre todo-, películas -Mujercitas, con la nieve al empezar- y sueños... escribí este poema que os he copiado, "Quisiera Hallar Una Aldea", y lo que me sorprende es que, todavía, siento ¡lo mismo! Que, pasados todos estos años, y tras ser mil personas diferentes, vuelvo a sentirme identificada con aquella niña que anhelaba meterse en los charcos con botas de goma, y mirar por el ventanuco para sentir el beso de la nieve. ¡Si es que aquí nunca nieva, me siento estafada!
No lo miréis más que como lo que es: una ilusión de niña. No os escandalicéis por lo de "mi madre, planchando. Mi padre, a trabajar", porque es lo que en aquella época teníamos.
Supongo que, si quisiera psicoanalizar a la que escribió este poemita, empezaría por el "viejo profe lleno de ansiedades", ¿de qué libro, de qué recuerdos? Quizá el señor Carpenter, de Emily de la Luna Nueva... solo que ese libro lo leí dos décadas después. Y la "sufrida y joven maestra"... ¿sería la señorita Marina, la de mi novela Su Mirada Azul... escrita también veinte años más tarde? ¿Viven, perviven en nosotros , sin principio ni fin, personajes del pasado y del futuro?
Por supuesto, os pido que reconozcáis al abuelo de Heidi en ese abuelito que fuma en pipa junto a la chimenea. Creo que Heidi me marcó más que ningún otro libro: me cargué montones de sartenes de mi madre intentando asar queso como hacían en los Alpes, he sentido toda la vida añoranzas de una cabaña entre la nieve, de abrirme paso con la manga a través de un cristal cubierto de blanco, de conocer todo eso que describía Joanna Spyri en su novela. A veces me pregunto si, sin mis libros, sería la que soy, me parecería en algo a mí misma.
Para adornar la entrada, estoy poniendo algunas fotos de hace una semana, en el camino de la Fuente Agria: cayó una granizada que, durante dos días, cubrió de blanco los alrededores del pueblo como una nevada de mentirijillas. Fue una gozada.