miércoles, 9 de marzo de 2011

EL SECRETO DE POLICHINELA



   Un secreto de Polichinela es aquel que todo el mundo conoce y, de puro conocido, pierde el interés hasta que llega el momento en que los recién llegados jamás han  oído hablar de él. El peluquín de Íñigo (¿el qué? ¿de quién?) fue un secreto de Polichinela, aunque justo es reconocer que secretos de ese tipo ¿qué más dan?                                                                                                          
   Mas es muy triste comprobar cómo tantas palabras inmortales, eternas, irrepetibles, también se han convertido en secreto de Polichinela. Quizá no sirva  de mucho revivirlas aquí, pero ¿sabéis?: creo que me basta con que una sola  persona descubra de pronto (como me ocurre a veces a mí gracias a vuestros       blogs) entre miles de páginas al viento, uno de estos poemas, un simple verso que  le llegue, y que necesite repetirlo en voz baja, despacio. Poemas que antes aparecían constantemente en los libros de Lectura obligatorios (¿recordáis Senda, o Caracolito...?) y que todos repetíamos, a veces  calificándolos de             "demasiado poético" o "romántico tirando a cursi", pero que en algún momento, a escondidas, nos arrancaban una lágrima.                                                                 
   El primero, del que quizá sólo recordéis, si acaso, un verso, tiene que ser el de   mi Poeta, el de las golondrinas que volverán... pero no volverán... como el tiempo. 







Volverán las oscuras golondrinas
de tu balcón sus nidos a colgar.
Y otra vez con el ala en los cristales
jugando llamarán.

Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha al contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres,
ésas... no volverán.

Volverán las tupidas madreselvas
de tu balcón sus tapias a escalar,
y otra vez a la tarde, aún más hermosas,
sus flores abrirán.

Pero aquellas cuajadas de rocío
cuyas gotas miránbamos temblar
y caer, como lágrimas del día, 
ésas... no volverán.

Volverán del amor, en tus oídos,
las palabras ardientes a sonar.
Tu corazón, de su profundo sueño
tal vez despertará.

Pero mudo y ardiente, y de rodillas,
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido... desengáñate:
así ¡no te querrán!
  
                                      G. A. Bécquer 

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Ana Vega Burgos
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