martes, 8 de enero de 2013

  ¡¡¡¡¡¡Sí, sí, síiííííííí...!!!!!! ¡Rebajas, rebajas, rebajas de enero!
 Siento parecer loca, pero es que ayer fue la primera vez en... aproximadamente... treinta años, que voy de rebajas. Y creo que dejaré pasar otros treinta... o a lo mejor algo más, y así ya no estoy para ningún trote y me libro.
 La verdad es que tampoco mi peque había ido nunca de rebajas, y le debía eso: la locura, el recorrer veinte tiendas mirando y tocando camisetas, vaqueros, chaquetas, todo lo que se presentara ante nosotras, el quejarnos de las colas, el esperar ante el probador con un montón de prendas en sus perchas...
  Me siento bicho raro, no hace falta que me lo digáis Maripili, Lili, y seguro que muchas más de vosotras que disfrutáis en las rebajas... pero es que NO, NO y NO, no puedo, es superior a mí, el mercadillo ya me ha marcado mucho, mi padre por otro lado, que no soportaba un cuarto de hora en una tienda y se ponía a decirme "frívola" en cuanto me probaba tres cosas y no me gustaban... es que soy una mujer marcada por el pasado, no porque sea rara, lo juro.
 He llegado a tener vestidos y hasta chaquetones colgados en el armario sin jamás estrenarlos, solo por no hacer esperar a mi padre, que venía de compras con mi madre y conmigo nunca entenderé por qué, para estresarse un poco, supongo, y segregar adrenalina. Poco a poco lo convencimos para que se quedara tranquilo en casita y por eso, hace unos treinta años (mis diecisiete, dieciocho, diecinueve...) íbamos mami y yo solitas.
  Entonces yo era más joven, tenía más aguante y, sobre todo, disponía de muy poco dinero, así que me lo pasaba bien. Si solo buscaba unos pantalones y un top, no era cosa de tardar horas ni de disputarse con nadie: lo encontraba, lo compraba y nos íbamos las dos a tomar café -y a veces vermouth, si era por la mañana- y a charlar tan felices. Así da gloria.
 Luego, en el mercadillo, ya no había temporada de rebajas para mí. Me daba una vuelta por los puestos, si algo me gustaba y estaba a buen precio, lo compraba y punto. Nunca he sido muy fashion victim, más bien suelo ir a mi bola, a mi estilo, que a veces ha coincidido con la moda, otras veces ha ido por delante de ella, y otras veces no se parece en nada. ¡Si a los catorce me llamaban "la colgá", por Dios, y "la hippie", me pusiera lo que me pusiera!
  Y ayer, por fin, tras varias semanas planeándolo y todo, Anais y yo desafiamos al mundo y nos fuimos, las dos solas,

        ¡DE REBAJAS!

   Ya habíamos ido cuatro o cinco días antes para buscar cosillas y luego no estresarnos -inocentes- pero como últimamente las rebajas empiezan cuando les da la gana, las colas ya recorrían zigzagueantes todo el local, y nos volvimos a casa pensando: "eso es porque se aproximan los Reyes; si ahora, con la crisis, no se vende nada, dicen... seguro que el lunes no hay ni la mitad de bulla".





 (Sí, sí, yo también me río... ahora que soy más vieja y más sabia, y la experiencia de un siete de enero de tiendas me ha grabado a sangre y fuego para siempre)




 Pues sí, había el doble de bulla; como en la tele, veíamos ropa tirada por el suelo, gente cargada de perchas -con ropa, evidentemente-, y tales colas en los probadores que decidimos separarnos en una tienda: ella, a probarse... y yo a hacer cola para pagar lo que le gustara.
  Al cabo de diez minutos se me presenta indignada...
 -Mamá, vámonos.
 -¿No te gusta nada?
 ¡Ja! Mi peque me cuenta, sofocada, que soltó toda la ropa en un montón increíble que crecía y crecía, a la salida de los probadores, porque de pronto se dio cuenta de que no podía, no concebía, no era capaz ella de tirarse una hora esperando para probarse "trapos" y perder su tiempo en eso.
          ¡Me sentí muy orgullosa, digna hija de su madre, ya lo creo!
          Y es que cada vez me iba dando más cuenta de que esa ropa por la que casi peleábamos, y que tan bonita y glamourosa resultaba a los ojos de TODAS, no difiere -lo juro- de aquellas camisetas que yo acabé dando a euro, y ni a euro las querían porque eran de manga corta o tirantes, y llevaban la etiqueta de los chinos.
   Ahora, en pleno enero, a cero grados, resulta que LA MODA dicta que se lleven las camisetas de manga cortísima... o tirantes... y los vaqueros rotos, pero rotos, vamos, de esos que las suegras criticaban tanto cuando tenían  dos hilachas en el dobladillo... y como LA MODA lo ha decidido, pues todos a acatar sus órdenes como esponjoso rebañito de borregos baladores.
  Y no creáis, si yo también piqué... pues claro, es que es tan contagioso, y te apetece tanto de pronto comprarte una de esas camisetas a la moda, y la ves tan glamourosa... que aquí tengo puesta una camiseta azul mediterráneo con un dibujo muy cuco, larguita, y debajo unas manguitas porque la deliciosa camiseta no las tiene y ME ESTOY CONGELANDO, pero, amigos, ¡a la moda!


  Esta mañana, M.P. ha subido a la cámara y ha bajado, sin consultarme, una bolsa enorme llena de ropa que habíamos dejado para seleccionar y echar a los contenedores de ropa... al principio me he cabreado un poco porque si ya habíamos decidido que no la queríamos, no tendríamos que volverla a mirar, pero... ¡menos mal! ¡Hay un montón de camisetas que ahora son el último grito, y vaqueros para cortar y pintar un poco con typex, y esas transparencias que se veían tan horteras que no comprendía cómo me había atrevido nunca a ponerme...! ¡Es que ha sido como ir de tiendas otra vez, pero sin estrés y sin soltar un euro!
  Una cosita sí he de confesar: ¡me sentí tan orgullosa de mi niña, de lo guapa que estaba con cuatro trapitos, de lo bien que lo ha hecho! Y es que ella también dejó de fumar a la vez que yo, y temíamos que engordara (yo he puesto dos p. kilos) porque eso de las hamburguesas, las pizzas y todas esas delicias engordantes, le encantan... pero la niña se puso a dieta a las dos semanas de dejar de fumar, y lo pasó mal, hasta de llorar de depresión porque es duro dejarlo todo a la vez... pero al final ha resultado que, en lugar de echarse kilos encima como hacemos todos al dejar el maldito tabaco, ella se los ha quitado y está estupenda, da gloria verla con sus veintiún añitos recién estrenados. Se probaba la ropa y bailoteaba, y yo me reía y le decía "eso sí", o "eso con el vaquero tal, o con la camiseta cual", y por ese lado ya lo creo que fue una mañana bonita, de madre e hija, lo que no habíamos tenido nunca en ese plan y ya era hora...
  Acabamos las dos igual de reventadas. Y todavía teníamos que ir al Primark, que está en El Arcángel, porque allí estaban más baratas las camisetas básicas (...) Así que nos compramos una latita de cerveza para cada una y nos la fuimos bebiendo mientras íbamos a por el coche, que lo teníamos aparcado donde Cristo perdió el boli.
  En Primark había tanta cola para pagar que, sesudamente, decidimos dejar las compras para cualquier otro día. Ya puestas, nos fuimos a mirar tiendas otro rato, pero ya sin intención de comprar para no tener que guardar colas y colas otra vez. Y después regresamos al parking a por el coche... y nos dimos cuenta de que, entre el cansancio y la birrita del camino, no se nos había ocurrido tomar ni una referencia de dónde habíamos dejado el saxito... así que tuvimos que separarnos para buscarlo, coche por coche... y Anais luego ya no quería que siguiéramos separadas porque le daba miedo no encontrarme después. Yo creo que eso ya era un principio de ataque de pánico o algo así, después me confesó que había estado a punto de telefonear al H. y a M.P. para que vinieran a ayudarnos a buscar el coche... ¡pobrecita mía, si es que no está acostumbrada a estas palizas! 
 Pero lo encontramos, le dijimos unos cuantos piropos cariñosos por estar ahí, tan chiquito él pero tan fiel, y nos dejamos caer dentro como sacos de patatas.
  Y a casa...
  Y en casa nos esperaban los chicos, felices por haberse librado de ir de tiendas y que se habían entretenido preparándonos muchas basuritas para comer, todas esas basuritas que engordan y que están tan requetebuenísimas. Y sucumbimos, vaya, pero con la promesa de que HOY, de verdad, empiezo la dieta (otra vez) y ya no la dejo, que no y que no, que para eso es enero y tengo que hacerme propósitos de Año Nuevo y cumplirlos al menos durante un mes... mejor dos... y sentirme orgullosa de mí, como me siento orgullosa de mi peque.
   Así que hoy estoy a dieta, y mientras tanto MP se ha puesto a cocinar en la candela, con su ollita de barro y unos aromas que tiran de espaldas... y yo me consuelo con una copita de vino (muy light, de verdad) para engañar el paladar...
 Pobre de mí, pobre de mí, pobre de mí...

 La próxima entrada, ¡os hablaré de las ensaladas!
¡snif!


 


Contacto

Ana Vega Burgos
anavegaburgos,@hotmail.com